martes, 20 de septiembre de 2016

VISITA GUIADA AL CONVENTO DE "SAN PLACIDO" 12-9-16



En el número 9 de la calle San Roque se encuentra una iglesia de estilo barroco, quizás no tan conocida como la de “San Antonio de los alemanes”, pero igualmente muy bella por dentro.  



Es la iglesia del convento de monjas de “San Placido”

Realmente mereció la pena tener la posibilidad de entrar a conocer de la mano de una guía experimentada, esta  pequeña y casi desconocida iglesia que se puede visitar también fuera de las horas de culto.
Nuestra guía  se encargó de adquirir las entradas y concretar día y hora de visita.

El convento de monjas benedictinas de "San Plácido"

Fue fundado por una gran dama, doña Teresa Valle de la Cerda y Alvarado, que fue nombrada priora.
Teresa había renunciado a su matrimonio con el poderoso caballero don Jerónimo de Villanueva para ingresar en el convento.
Dicho caballero era protonotario de Aragón y ministro de Felipe IV, y fue nombrado patrono de la fundación

El convento, se empezó a edificar en 1641 y tuvo como arquitecto al madrileño fray Lorenzo de San Nicolás.
Tardó en construirse veinte años y fue fundado como Monasterio de la Encarnación Benita, de religiosas de la orden de San Benito, aunque se le conoció siempre como “San Plácido”.


La fachada del convento que da a la estrecha calle de San Roque, es una fachada austera, lineal, sin ningún ornamento, solo rota por la puerta adintelada de entrada a la iglesia



En el muro de ladrillo hay varias rejas forjadas en sus ventanas
Una de ellas encierra en un nicho, una imagen de San Benito obra de Pereira.





Encima del dintel de la puerta, se encuentra un relieve que representa La Anunciación, obra también de Manuel Pereira, escoltado por dos escudos de los Villanueva






Colocados probablemente por su sobrino y heredero, don Jerónimo Villanueva  Fernández de Heredia, marqués de Villalba.


Es una lástima que esta fachada carezca de perspectiva, ya que la calle es muy estrecha, lo que dificulta poder sacar el edificio entero en las fotografías, a no ser que lo hagas desde lejos.

VISITA GUIADA

Ya era la hora acordada, y puntual nos abre la puerta y “acompaña” durante la corta visita, una religiosa quien nos informa que está prohibido sacar  fotografías (yo las he bajado de internet) y que al final de la visita podremos adquirir postales o un folleto por 4 €.

Una vez que entramos a la iglesia, nos sorprende su “oscuridad” ya que la luz natural que se filtra por la linterna de la cúpula y las vidrieras es escasa, lo que dificulta poder verla en plenitud

El retablo mayor, los retablos laterales y la capilla, tienen luz eléctrica, pero la monja las va encendiendo y apagando a medida que vamos avanzando, lo que nos impide ver bien los detalles

Me parece fatal, (por no decir algo más fuerte) ya que si permiten las visitas, y las cobran, se supone es para que podamos “admirar” su arte y su belleza.


La religiosa es una anciana, curvada pero muy rápida al andar, lo que nos hace ir al ritmo que ella marca, sobre todo porque va apagando las luces según vamos pasando…

No sé si su estatura habrá sido siempre igual, ahora es muy menuda y chiquitita pero seguro siempre tuvo mucho “carácter”, pues va detrás  nuestro casi refunfuñando, a la vez que va metiendo prisa a nuestra guía 
( lo de tener las luces encendidas lo lleva fatal, y es que la “crisis” también ha debido llegar a la Iglesia)

En medio de la breve explicación que nuestra guía nos va dando, la interrumpe para darle una bolsa de tela indicándola que nos la pase para que hagamos  todos “un donativo”. Y así uno tras otro nos la vamos pasando, pero cuando la bolsa le llega de nuevo y “calcula al peso” porque no la abre, cuanto habíamos donado, es cuando creo firmemente los dichos de: “genio y figura…”o  “quien tuvo…retuvo” porque la velocidad con la que enciende y apaga las luces aumenta, hace que se nos contagie su ritmo y hasta la guía al final decide explicarnos lo último en la misma calle.

Se cierra la puerta tras de nosotros y me doy cuenta que con tanta prisa no he podido comprar el folleto, entre otras cosas porque no nos lo facilitado.

Volveré algún día en horario de misa a ver si puedo apreciarla mejor.


Sea como fuere, disfruto observando y escuchando las rápidas explicaciones.


La iglesia es pequeña, de cruz latina en su planta, con una sola nave y ancho crucero sobre el que se eleva una gran cúpula
La cúpula no tiene tambor, tiene forma de media naranja con frescos de Francisco Ricci.



Está dividida en ocho sectores decorados con las cruces de las Ordenes de Alcántara, San Juan, Calatrava, San Mauricio, Avis, San Esteban, Cristo y Montesa.

Las pechinas están adornadas con grandes medallones con las figuras de cuatro Santas Benedictinas: Santa Juliana, Santa Francisca Romana, Santa Isabel Abadesa y Santa Hildegarda.

También cuatro rectángulos que no se ven apenas en los pilares del crucero, que representan a San Ildefonso, San Anselmo, San Ruperto y San Bernardo, que son los mismos santos que representan las imágenes que se alojan en hornacinas de los pilares que esculpió Pereira, reconocibles por las cartelas situadas debajo de cada uno de ellos.



Vemos cuatro magníficos retablos:

El del altar mayor que nos dejará sin aliento, dos a ambos lados de la nave y uno en la Capilla de la Inmaculada.

Capilla de la Inmaculada

Todos ellos pertenecen a los hermanos Pedro y José de la Torre


El retablo de la izquierda, contiene en su centro un lienzo de San Benito y su hermana Santa Escolástica, pintado por Claudio Coello, donde predomina el negro de los hábitos que ocupan tres partes del cuadro, en contraposición del rico colorido de la parte superior que representa la Trinidad



El retablo de la derecha está dedicado a Santa Gertrudis, un lienzo con más color que el anterior




El retablo mayor es también obra de los hermanos Pedro y José de la Torre  y sirve de marco al gran lienzo de siete metros firmado por Claudio Coello en 1668 y que representa a la Anunciación, denominado: "El Misterio de la Encarnación





Con dos pares de columnas sujetas por una base ornamentada con motivos vegetales, caras de ángeles y filigranas.

Entre las columnas las imágenes de San Benito y San Plácido, una a cada lado, también son obra de Pedro de la Torre.







Delante de todo ello, una gran Custodia que hace del conjunto, una obra irrepetible.







La pintura es una pieza colosal en la que se pueden distinguir tres áreas temáticas: en el plano central, sobre un alto estrado la Virgen, aparece con las manos juntas escuchando el anuncio del Ángel; en la parte superior del cuadro, el Espíritu Santo rodeado de aureolas, resplandores y coros de ángeles ilumina la escena central, bajo la mirada del padre Eterno; en la parte inferior, bajo el estrado, figuras que parecen ser profetas y sibilas que anunciaron el asunto. 



Poder  estar sentada delante de este retablo y disfrutar al ver el lienzo de Claudio Coello bien merece la pena la visita a esta iglesia


Otra de las grandes obras que atesora San Plácido, es el Cristo yacente de Gregorio Fernández, una verdadera joya del barroco que ha llegado hasta nosotros en perfecto estado de conservación, y que nuestra “compañera” solo nos permite ver desde el umbral de esta pequeña capilla



La iglesia del convento de San Placido, sin duda es uno de los ejemplos más bellos de finales del XVII
Época, bajo el reinado de Felipe IV, en la que se empezaron a oír una serie de leyendas, como la de “las 25 monjas poseídas por el maligno”, entre las que se encontraba hasta la propia priora, Teresa del Valle

Debido a las continuas agresiones que las monjas sufrían por parte de seres” infernales”, se las empezó a conocer como “las endemoniadas” de San Benito, siendo el convento escenario de varios rituales exorcistas


Todo comenzó cuando una joven novicia empezó a realizar actos extraños y a hacer gestos impropios de una religiosa.
Fue el confesor fray Francisco García Calderón, quien determinó que la joven estaba poseída por el diablo, y por este motivo se le practicó un exorcismo que no dio buenos resultados, ya que fueron mas de una veintena de monjas las que sufrieron  lo mismo que esta novicia , la cual no se curó después del exorcismo practicado.

Los rumores llegaron al Inquisidor general, don Diego de Arce , que abrió un largo proceso que culminó en 1631 al dictarse prisión perpetua, ayunos y disciplinas para el confesor fray Francisco García Calderón, que tras ser sometido a torturas se auto inculpó de haber sido él quien había cometido dichos actos impuros con todas las monjas.
Por su parte la priora fue desterrada y el resto de monjas repartidas por varios conventos para evitar que los hechos se volvieran a repetir.



Pero no fue esta la única leyenda, según Mesonero Romanos, (el gran cronista de la Villa)
Parece ser que el protonotario de Aragón Jerónimo Villanueva, que era patrono del convento de San Plácido y había sido el prometido de la fundadora y priora del convento, contó al rey Felipe IV y a su valido el conde de Olivares , que en el convento acababa de entrar de religiosa una hermosísima dama, de nombre Margarita 
Los dos quisieron verla y aprovechando que don Jerónimo tenía el paso franco por su condición de protector del convento, pasaron  disfrazados al locutorio, vieron a la monja, y el rey se enamoró de ella, repitiendo las visitas nocturnas hasta el punto de planear el rapto de la religiosa.
Alarmada la dama religiosa, puso en conocimiento de la abadesa las sacrílegas intenciones reales y esta, al no poder disuadir a los dos “compinches” del rey, dispuso a la religiosa acostada en su celda , con sudario ,rodeada de cirios y un crucifijo, simulando que había muerto. Confuso ante la escena don Jerónimo, que fue el primero en entrar, volvió sobre sus pasos e informó de lo visto al rey y al conde y de común acuerdo los tres decidieron suspender la operación.
Pero el Santo Tribunal de la Inquisición, en la persona del inquisidor general fray Antonio de Sotomayor  ya había sido informado e intervino reconviniendo su conducta al rey, quien derivó la culpa al conde y este a Villanueva, que amparado por ellos y en un golpe de audacia se plantó en la casa del inquisidor general y le planteó que optara entre la renuncia al cargo y retirarse a su ciudad natal, que era Córdoba, con una buena renta de por vida o a ser privado de todas sus temporalidades y expulsado de los reinos en veinticuatro horas.
Naturalmente el inquisidor no lo dudó, hizo dejación de su cargo y se retiró a Córdoba, no sin antes enviar el proceso a Roma, en una arquilla cerrada y sellada de la que era portador uno de los notarios del tribunal llamado Alonso Paredes, para que lo juzgase el santo padre Urbano VIII
Enterado Olivares, y en complicidad con el rey, hicieron preso a Villanueva (alguien tenía que pagar los platos rotos) y de mientras se les ocurrió enviar retratos del mensajero al embajador de España en Génova y a los virreyes de Sicilia y Nápoles con el encargo de que donde desembarcare y fuera hallado don Alonso, le “echaran el guante” y custodiado se lo enviasen al virrey de Nápoles para que le pusiese preso, enviando  la arquilla al rey sin abrirla.
Así sucedió, don Alonso desembarcó en Génova e inmediatamente fue arrestado y conducido, a través de Milán, hasta Nápoles donde fue encerrado en un castillo y allí permaneció quince años, sin hablar con nadie, se supone que maldiciendo el día en el  que aceptó desempeñar el encargo.
La arquilla, con los papeles del proceso fue remitida al rey  y quemada en presencia del monarca y Olivares en una chimenea del cuarto del rey.
Mientras tanto el protonotario Villanueva estaba en Toledo, nominalmente preso, esperando confiado en una solución apañada del asunto.
En efecto, se dispuso un simulacro de juicio en el que el protonotario fue reprendido “por haber incurrido en casos de irreligión, sacrilegios y supersticiones” y absuelto por la misericordia del Santo Tribunal con la única condición “de que por un año ayunase, no entrase en el convento de las monjas ni tuviese comunicación con ninguna y repartiese dos mil ducados de limosna”.
Ni que decir tiene que don Jerónimo fue repuesto en sus empleos y que ni el rey ni el conde volvieron nunca más a hablar con él de este asunto escandaloso.  

Es posible que Velázquez por orden del rey, pintara para este convento su famoso “Cristo crucificado” como expiación de su enamoramiento sacrílego.



No hay documentación que demuestre si realmente fue regalado por Felipe IV o si fue Jerónimo de Villanueva el que lo mandó pintar, pero sea como fuese, el cuadro estuvo casi doscientos años en la Sacristía de la iglesia, hasta que por motivos que no están muy claros, acabó en poder de Manuel Godoy y más tarde fue a parar al Museo del Prado.


A ambos lados de los bancos vemos dos grandes cuadros, de Miguel Jacinto Meléndez que representan dos Vírgenes: la del Milagro y la de Atocha, firmadas por su autor en 1721 





Visita muy recomendable , aunque un poco desilusionada  por la rapidez de la visita , por  el tema de "las luces", y por el "cante" que llevaba nuestra  "compañera " y que nos impedía casi oír las explicaciones de nuestra guía
Volveré algún día para recrearme la vista




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