En el número 9 de
la calle San Roque se encuentra una iglesia de estilo barroco, quizás no tan
conocida como la de “San Antonio de los alemanes”, pero igualmente muy bella por dentro.
Es la iglesia del convento de monjas de “San Placido”
Realmente mereció la
pena tener la posibilidad de entrar a conocer de la mano de una guía experimentada,
esta pequeña y casi desconocida iglesia
que se puede visitar también fuera de las horas de culto.
Nuestra guía se encargó de adquirir las entradas y
concretar día y hora de visita.
El convento de monjas benedictinas de "San
Plácido"
Fue fundado por una gran dama, doña Teresa Valle de la Cerda y Alvarado, que fue nombrada priora.
Teresa había
renunciado a su matrimonio con el poderoso caballero don Jerónimo de Villanueva para ingresar en el convento.
Dicho caballero era protonotario de Aragón y ministro de Felipe IV,
y fue nombrado patrono de la fundación
El convento, se
empezó a edificar en 1641 y
tuvo como arquitecto al madrileño fray Lorenzo de San Nicolás.
Tardó en construirse
veinte años y fue fundado como
Monasterio de la Encarnación Benita, de religiosas de la orden de San Benito,
aunque se le conoció siempre como “San
Plácido”.
La
fachada del convento que da a la estrecha calle de San Roque, es una fachada austera,
lineal, sin ningún ornamento, solo rota por la puerta adintelada de entrada a
la iglesia
En el muro de ladrillo hay varias rejas forjadas en
sus ventanas
Una de ellas encierra en un nicho, una imagen de San Benito obra de
Pereira.
Encima
del dintel de la puerta, se encuentra un relieve que representa La Anunciación,
obra también de Manuel Pereira, escoltado por dos escudos de los Villanueva
Colocados probablemente por su sobrino y heredero, don Jerónimo
Villanueva Fernández de Heredia, marqués de Villalba.
Es una lástima que
esta fachada carezca de perspectiva, ya que la calle es muy estrecha, lo que
dificulta poder sacar el edificio entero en las fotografías, a no ser que lo hagas desde
lejos.
VISITA GUIADA
Ya era la hora acordada, y puntual nos abre la puerta y “acompaña” durante la corta visita, una religiosa quien
nos informa que está prohibido sacar fotografías (yo las he bajado de internet) y
que al final de la visita podremos adquirir postales o un folleto por 4 €.
Una vez que entramos a la
iglesia, nos sorprende su “oscuridad” ya que la luz
natural que se filtra por la linterna de la cúpula y las vidrieras es escasa,
lo que dificulta poder verla en plenitud
El retablo mayor, los
retablos laterales y la capilla, tienen luz eléctrica, pero la monja las va
encendiendo y apagando a medida que vamos avanzando, lo que nos impide ver bien
los detalles
Me parece fatal, (por
no decir algo más fuerte) ya que si permiten las visitas, y las cobran, se
supone es para que podamos “admirar” su arte y su belleza.
La religiosa es una anciana,
curvada pero muy rápida al andar, lo que nos hace ir al ritmo que ella marca, sobre
todo porque va apagando las luces según vamos pasando…
No sé si su estatura
habrá sido siempre igual, ahora es muy menuda y chiquitita pero seguro siempre tuvo
mucho “carácter”, pues va detrás nuestro
casi refunfuñando, a la vez que va metiendo prisa a nuestra guía
( lo de tener
las luces encendidas lo lleva fatal, y es que la “crisis” también ha debido
llegar a la Iglesia)
En medio de la breve
explicación que nuestra guía nos va dando, la interrumpe para darle una bolsa de tela
indicándola que nos la pase para que hagamos
todos “un donativo”. Y así uno tras otro nos la vamos pasando, pero
cuando la bolsa le llega de nuevo y “calcula al peso” porque no la abre, cuanto
habíamos donado, es cuando creo firmemente los dichos de: “genio y figura…”o “quien tuvo…retuvo” porque la velocidad con
la que enciende y apaga las luces aumenta, hace que se nos contagie su ritmo y
hasta la guía al final decide explicarnos lo último en la misma calle.
Se cierra la puerta
tras de nosotros y me doy cuenta que con tanta prisa no he podido comprar el
folleto, entre otras cosas porque no nos lo facilitado.
Volveré algún día en
horario de misa a ver si puedo apreciarla mejor.
Sea como fuere, disfruto
observando y escuchando las rápidas explicaciones.
La iglesia es pequeña, de cruz
latina en su planta, con una sola nave y ancho crucero sobre el que se eleva una
gran cúpula
La
cúpula no tiene tambor, tiene forma de media naranja con frescos de Francisco Ricci.
Está
dividida en ocho sectores decorados con las cruces de las Ordenes de Alcántara,
San Juan, Calatrava, San Mauricio, Avis, San Esteban, Cristo y Montesa.
Las
pechinas están adornadas con grandes medallones con las figuras de cuatro
Santas Benedictinas: Santa Juliana, Santa Francisca Romana, Santa Isabel
Abadesa y Santa Hildegarda.
También
cuatro rectángulos que no se ven apenas en los pilares del crucero, que
representan a San Ildefonso, San Anselmo, San Ruperto y San Bernardo, que son
los mismos santos que representan las imágenes que se alojan en hornacinas de los
pilares que esculpió Pereira, reconocibles por las cartelas situadas debajo de cada uno de ellos.
Vemos cuatro magníficos retablos:
El
del altar mayor que nos dejará sin aliento, dos a ambos lados de la nave y uno
en la Capilla de la Inmaculada.
Capilla de la Inmaculada |
Todos
ellos pertenecen a los hermanos Pedro y José de la Torre
El
retablo de la izquierda, contiene en su centro un lienzo de San Benito y su
hermana Santa Escolástica, pintado por Claudio Coello, donde predomina el negro
de los hábitos que ocupan tres partes del cuadro, en contraposición del rico
colorido de la parte superior que representa la Trinidad
El retablo de la derecha está dedicado a Santa Gertrudis, un lienzo con más color que el anterior
El retablo mayor es
también obra de los hermanos Pedro y José de la Torre y sirve de marco al gran lienzo de siete metros firmado por Claudio Coello en 1668 y que representa a la Anunciación, denominado:
"El Misterio de la Encarnación
Con dos pares de columnas sujetas por una base ornamentada con motivos vegetales, caras de ángeles y filigranas.
Entre las columnas las imágenes de San Benito y San Plácido, una a cada lado, también son obra de Pedro de la Torre.
Delante
de todo ello, una gran Custodia que hace del conjunto, una obra irrepetible.
La pintura es una pieza colosal en la que se pueden distinguir tres áreas temáticas: en el plano central, sobre un alto estrado la Virgen, aparece con las manos juntas escuchando el anuncio del Ángel; en la parte superior del cuadro, el Espíritu Santo rodeado de aureolas, resplandores y coros de ángeles ilumina la escena central, bajo la mirada del padre Eterno; en la parte inferior, bajo el estrado, figuras que parecen ser profetas y sibilas que anunciaron el asunto.
Poder estar sentada delante de este retablo y
disfrutar al ver el lienzo de Claudio Coello bien merece la pena la visita a esta iglesia
Otra de las grandes
obras que atesora San Plácido, es el Cristo
yacente de Gregorio Fernández, una verdadera joya del barroco que ha
llegado hasta nosotros en perfecto estado de conservación, y que nuestra “compañera” solo nos permite ver desde
el umbral de esta pequeña capilla
La
iglesia del convento de San Placido, sin duda es uno de los ejemplos más bellos
de finales del XVII
Época,
bajo el reinado de Felipe IV, en la que se empezaron a oír una serie de
leyendas, como la de “las 25 monjas poseídas por el maligno”, entre las que se
encontraba hasta la propia priora, Teresa del Valle
Debido
a las continuas agresiones que las monjas sufrían por parte de seres”
infernales”, se las empezó a conocer como “las endemoniadas” de San Benito,
siendo el convento escenario de varios rituales exorcistas
Todo comenzó cuando
una joven novicia empezó a realizar actos extraños y a hacer gestos impropios
de una religiosa.
Fue el confesor fray
Francisco García Calderón, quien determinó que la joven estaba poseída por el
diablo, y por este motivo se le practicó un exorcismo que no dio buenos
resultados, ya que fueron mas de una veintena de monjas las que sufrieron lo mismo que esta novicia , la cual no se
curó después del exorcismo practicado.
Los rumores llegaron
al Inquisidor general, don Diego de Arce , que abrió un largo proceso que
culminó en 1631 al dictarse prisión perpetua, ayunos y disciplinas para el
confesor fray Francisco García Calderón, que tras ser sometido a torturas se
auto inculpó de haber sido él quien había cometido dichos actos impuros con
todas las monjas.
Por su parte la
priora fue desterrada y el resto de monjas repartidas por varios conventos para
evitar que los hechos se volvieran a repetir.
Pero no fue esta la
única leyenda, según Mesonero Romanos, (el gran cronista de la Villa)
Parece ser que el
protonotario de Aragón Jerónimo Villanueva, que era patrono del convento de San
Plácido y había sido el prometido de la fundadora y priora del convento, contó
al rey Felipe IV y a su valido el conde de Olivares , que en el convento
acababa de entrar de religiosa una hermosísima dama, de nombre Margarita
Los dos quisieron verla y aprovechando que don
Jerónimo tenía el paso franco por su condición de protector del convento, pasaron
disfrazados al locutorio, vieron a la
monja, y el rey se enamoró de ella, repitiendo las visitas nocturnas hasta el
punto de planear el rapto de la religiosa.
Alarmada la dama
religiosa, puso en conocimiento de la abadesa las sacrílegas intenciones reales
y esta, al no poder disuadir a los dos “compinches” del rey, dispuso a la religiosa
acostada en su celda , con sudario ,rodeada de cirios y un crucifijo, simulando que había
muerto. Confuso ante la escena don Jerónimo, que fue el primero en entrar, volvió
sobre sus pasos e informó de lo visto al rey y al conde y de común acuerdo los
tres decidieron suspender la operación.
Pero el Santo
Tribunal de la Inquisición, en la persona del inquisidor general fray Antonio
de Sotomayor ya había sido informado e intervino reconviniendo su
conducta al rey, quien derivó la culpa al conde y este a Villanueva, que amparado
por ellos y en un golpe de audacia se plantó en la casa del inquisidor general
y le planteó que optara entre la renuncia al cargo y retirarse a su ciudad
natal, que era Córdoba, con una buena renta de por vida o a ser privado de
todas sus temporalidades y expulsado de los reinos en veinticuatro horas.
Naturalmente el inquisidor no lo dudó, hizo
dejación de su cargo y se retiró a Córdoba, no sin antes enviar el proceso a Roma,
en una arquilla cerrada y sellada de la que era portador uno de los notarios
del tribunal llamado Alonso Paredes, para que lo juzgase el santo padre Urbano
VIII
Enterado Olivares, y en complicidad con el rey,
hicieron preso a Villanueva (alguien tenía que pagar los platos rotos) y de
mientras se les ocurrió enviar retratos del mensajero al embajador de España en
Génova y a los virreyes de Sicilia y Nápoles con el encargo de que donde
desembarcare y fuera hallado don Alonso, le “echaran el guante” y custodiado se
lo enviasen al virrey de Nápoles para que le pusiese preso, enviando la arquilla al rey sin abrirla.
Así sucedió, don Alonso desembarcó en Génova e
inmediatamente fue arrestado y conducido, a través de Milán, hasta Nápoles
donde fue encerrado en un castillo y allí permaneció quince años, sin hablar
con nadie, se supone que maldiciendo el día en el que aceptó
desempeñar el encargo.
La arquilla, con los papeles del proceso fue
remitida al rey y quemada en presencia del monarca y Olivares
en una chimenea del cuarto del rey.
Mientras tanto el
protonotario Villanueva estaba en Toledo, nominalmente preso, esperando
confiado en una solución apañada del asunto.
En efecto, se dispuso
un simulacro de juicio en el que el protonotario fue reprendido “por haber
incurrido en casos de irreligión, sacrilegios y supersticiones” y absuelto
por la misericordia del Santo Tribunal con la única condición “de que por un
año ayunase, no entrase en el convento de las monjas ni tuviese comunicación
con ninguna y repartiese dos mil ducados de limosna”.
Ni que decir tiene
que don Jerónimo fue repuesto en sus empleos y que ni el rey ni el conde
volvieron nunca más a hablar con él de este asunto escandaloso.
Es posible
que Velázquez por orden del rey, pintara para este convento su famoso “Cristo
crucificado” como expiación de su enamoramiento sacrílego.
No hay documentación que demuestre si realmente fue
regalado por Felipe IV o si fue Jerónimo de Villanueva el que lo mandó pintar,
pero sea como fuese, el cuadro estuvo casi doscientos años en la Sacristía de
la iglesia, hasta que por motivos que no están muy claros, acabó en poder de
Manuel Godoy y más tarde fue a parar al Museo del Prado.
A ambos lados de los bancos vemos dos grandes cuadros, de Miguel Jacinto Meléndez que representan dos Vírgenes: la del
Milagro y la de Atocha, firmadas por su autor en 1721
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